♫ Pure - London After Midnight
♦ Basada en casi hechos reales, deseo un final así, juaz. Dedicado a mi Malasfachas, que aún teniendo un año y meses de no tener contacto con ella, la sigo queriendo demasiado, le agradezco tanto de lo que hizo por mi en momentos difíciles, y desearía que estuviera de nuevo a mi lado, ahora necesito tanto un empujón. CHAO.
Había perdido la razón de todo, de levantarse por las
mañanas, de ir en el metro y después caminando hacia la escuela, de saludar a
toda esa gente hipócrita de día, tarde y noche que se juntaba en los pasillos
de todos los lugares, ya ni con sus compañeros a los que podía llamar “amigos” se
sentía del todo bien. Nada, nada le hacía feliz, parecía sólo un muerto
viviente, andando pero sin ninguna razón. ¿Cuándo había sido la última vez que había sonreído con toda la intención y
felicidad del mundo? ¿Cuál era la razón de todo eso? Pasaba horas
preguntándoselo, tantas noches sin dormir, los ojos le pesaban incluso cuando
más despierto se sentía… Y por supuesto que nadie lo notaba; él era la persona
más feliz del mundo a los ojos de los demás, Daiki Arioka era conocido por
tener una de las sonrisas más deslumbrantes, poderosas y hermosas de todo
Japón, o eso era lo que todas las mujeres de instituto pensaban, ¿cómo era
posible que alguien como él dejara de sonreír? Nadie se lo imaginaría. Pero su
caso era ese.
Reflexionaba todo el tiempo; tenía demasiado pues se
había vuelto callado. En su infancia no había tenido algún trauma grande, el
único que podía recordar era el divorcio de sus padres a los cuatro años de su
vida, había sido algo doloroso ver que en la escuela elemental todos los niños
hablaban de sus perfectas familias y él no podía opinar nada, y era complicado,
no lograba entender por qué tenía que pasar cada dos años la navidad con familias
distintas. Sin embargo así creció y no le daba más importancia a eso, a pesar
de todo seguía viendo a ambos padres, tenía buena relación con los dos, casa,
comida, su propio cuarto, nada en particular que lo apartara de una vida
decente.
¿La escuela? Siempre fue el que tenía buenas
calificaciones, se llevaba bien con las personas tanto más jóvenes y hasta los
adultos, solía luchar por lo que quería y sobresalía, aunque no le gustaba
hacerlo mucho. Pasando el tiempo fue decayendo un poco, pero excusaba que era
la adolescencia; los profesores dejaban de ponerle atención y por ésta vez él quería
sobresalir enserio, pero nunca más lo notaron, dejó de esforzarse y siguió con
su vida normal, seguía con buenas calificaciones.
Nunca supo en qué momento todo se detuvo, sacar buenas
notas se volvió algo no tan importante, esforzarse menos, de hecho ya no lo
hacía ni para hablar con la gente. Simplemente un día despertó y la luz no
estaba más ahí, ya no lo acompañaba. Se empeñó a seguir adelante, año tras año
se proponía volver a ser el mismo, algo faltaba y mientras más conversaba con
la gente a su alrededor, más se iba alejando de su objetivo que ni él sabía
cuál era.
Suspiraba, dolía tanto cualquier cosa que pasara, que lo
llamaran inútil, los regaños que se llevaba de parte de sus padres por haber
bajado en calificaciones, por pasarse todo el día encerrado, durmiendo, ¿pero
qué más podía hacer? Todo lo intentaba, siempre ser el mejor hijo del mundo
estaba en su cabeza, pero no podía lograrlo, pensaba que ya nunca podría serlo
de nuevo. Ni el mejor estudiante ni el mejor amigo. Llevaba un gran peso sobre
la espalda, y aunque dejara de hablarle a sus “amigos”, ellos jamás lo
buscaban, quizás no les importaba tanto como para hacerlo, total, no era
indispensable, era un inútil. Ahora no solo eran los profesores quienes lo
ignoraban, también ellos, cuando salía: los meseros, taxistas, choferes,
secretarias; para todo el mundo parecía ser invisible, incluso, por primera
vez, para sus padres, no pedían más su opinión hacia las cosas y simplemente
hacían con él lo que querían, lo que debía comer, vestir, cómo arreglarse,
llevarlo a lugares que nunca le gustaron, separarlo de las únicas cosas que le
mantenían tranquilo. Nunca jamás recibió un abrazo, palabras de compasión,
agradecimientos, despedidas, nada, y él a su vez había dejado de hablar.
Hubieron varias personas que se acercaban a él, logró
tener dos parejas durante cinco años, pero ninguna había durado, tan de prisa como
habían llegado se habían esfumado; claro, ¿quién querría convivir con alguien
que está prácticamente muerto y nada puede aportar? También era inútil para
eso, no podía hacer feliz nadie y hasta
terminaba con la felicidad de los demás… Estaba solo, ni familia, ni amigos, ni
mascotas, ni conocidos. Sólo libros, libros y más libros, porque ya ni la
música le llenaba como antes.
Así era, años y años de lo mismo, se cansó de tantas
críticas de los demás y fue cambiando a sus gustos, hacía esto, el otro, sólo
para poder hacer feliz a sus pares, profesores, compañeros, parejas de rato;
para los demás volvía a ser la persona más feliz del mundo, se veía alegre,
amigable, y todo eso dolía más que nada, ser alguien que no eres para que te
acepten, tener que cambiar a lo que dicta la sociedad sólo para que te dejen
tranquilo por un momento. Dolía tanto que ya ni llorar le desahogaba.
Una noche, después de aguantar sermones de su padre
acerca de lo que le deparaba el futuro; tenía por herencia la firma de su coctel
de arquitectos, por lo tanto, sería uno. Nunca le preguntó lo que pensaba, lo
que quería, lo que sentía, eso era y se acabó, según él, no serviría para nada
más y tenía que darle el gusto, ya había pagado su entrada a una de las
universidades más prestigiosas de Tokio, no podía decir que no. Últimamente se
había vuelto tan frágil por todas esas cosas, ya había tenido suficiente de que
su voz no tuviera más volumen y que sus metas hayan desaparecido. Cansado de
llorar, se levantó de la cama y se dirigió a su escritorio, prendió la luz y de
un cajón, luego de buscar y rebuscar encontró un cuadro de aluminio, de él sacó
un bisturí nuevo, más afilado que cualquier cosa existente. Lamió sus labios,
alzó un poco el short de pijama que vestía y rozó apenas la hoja afilada contra
la pálida piel de sus muslos. A los pocos segundos un líquido rojo y caliente
comenzó a escurrir en línea; uno, dos, hasta seis rasguños hizo en el muslo
derecho. Vaya que dolía, ardía más que nada, pero su llanto había cesado, las
endorfinas a causa del dolor le iban tranquilizando el pensamiento y sólo se
limitó a pensar en ese ardor y la sangre. Volvió a lamerse los labios, limpió
un poco la navaja e hizo lo mismo en el otro muslo, sólo dos rasguños, un poco
más profundos que del otro lado. Antes de que las gotas cayeran al suelo y
mancharan la alfombra, corrió al baño, ya su padre dormía, por eso lo hizo
tranquilo. Se limpió, lavó bien la cara y regresó a la cama, aprovecharía esa
sensación de paz para dormir.
¿Cuántas veces lo había hecho durante un año? Ya había
perdido la cuenta, pero nunca se había excedido tanto, por lo que cicatrices
tenía pocas en los muslos y unas muy ligeras en las muñecas, esas podrían pasar
por rasguños de gatos. Seguía una vida normal, ya le daba igual estar en esa
escuela que no le llenaba en lo absoluto, con personas que sólo les interesaban
los edificios para la gente adinerada, ¿dónde había quedado la pasión por leer,
por saber de la vida, de lo que hay más allá, de tantas cosas espirituales?
Estaban vacíos, según él, pero aun así, se había vuelto tan hipócrita como ellos.
Nadie conocía lo podrido y oscuro que estaba por dentro, que cada noche lloraba
hasta quedarse dormido, que el odio que sentía por todos iba incrementando, la
culpa por cada regaño, cada mal humor de los demás, por todo, que cada cierto
tiempo, cuando ya no soportaba más, sangre corría de sus muñecas, muslos.
Del otro lado del edificio, algunos semestres más
adelante que Daiki, había un chico en especial, a la vista de todos sería uno
más, no sobresalía demasiado, excepto en las calificaciones, era el más
inteligente de toda su generación, pero en físico era uno más: alto, delgado,
tez blanca, pelo negro; aunque había un detalle, era más fino, parecía que
flotaba al caminar, pero sobre todo sus dedos tocaban la melodía más hermosa en
el piano. Aunque en éste mundo materialista eso nadie lo veía y nadie valoraba
ya, sólo Daiki, había colocado su atención en ese joven, Inoo Kei, de octavo
semestre. Todos los días aguardaba una hora después de clases para ir al salón
de música, sentarse afuera y escucharlo tocar el piano, eran de las pocas veces
que se sentía tranquilo, desde que comenzó con ese hobby dejó de cortarse, ya
llevaba meses sin hacerlo. También iba a la sala de presentación a ver las
maquetas hechas por él, lo admiraba y gracias a él agarró cierto gusto a esa
carrera, más después de haber asistido a un congreso donde él dio una plática
sobre hacer edificios más resistibles a los terremotos.
Hablaban poco pero Daiki nunca se abrió demasiado para
hacerse más cercanos, pero esos momentos le caían de maravilla. Sin embargo no
todo puede ser perfecto, su madre se casó de nuevo y tuvo que irse a vivir con
su padre pues ella formaría otra familia con su ahora esposo. La vida con su
padre era mucho más difícil, exigía demasiado, trabajos que podían hacerse por
tres hombres se los encargaba a él solo y en poco tiempo, por ende nunca eran
tan perfectos como él los requería. Siempre le criticaba todo, no existía el
libre albedrío y libertad de expresión en esa casa. Volvía a odiar todo, a
deprimirse por el abandono de su madre, regresó a hundirse en su depresión, de
nuevo no era bienvenido en los círculos sociales, dejó de comer, muy apenas y
caminaba por los pasillos de la universidad. Nadie recordó su cumpleaños número
veinte, fue un día más para todos, lo único que le motivaba era el ser mayor de
edad y poder salirse de la casa de su padre, pero mientras más buscaba
trabajos, menos lo aceptaban, quizás desprendía tanta aura negra que no querían
que los negocios decayeran por las malas vibras. Estaba tan cansado de todo, de
todos, que no pudo esperarse si quiera a llegar a su casa, no; en el mismo baño
de la escuela después de escuchar la melodía que Kei tocaba en el piano y que
esta vez no pudo con su depresión, sacó el sacapuntas, desatornilló con ayuda
de una regla el tornillo que fijaba la navaja con la base de metal, limpió con
agua y jabón y se encerró en el último cubículo del baño. Se quitó el pantalón
y saco, aventó todo y quedó sentado en el suelo recargado a la pared, lloraba
porque no podía contenerse más, ahora si había perdido el hilo de todo, no
quería más estar ahí, no le veía razón a la vida. Dos cortes, la sangre ahora
era mucho más oscura que las otras veces, lo que indicaba que lo había hecho
más profundo. Cerró los ojos y suspiró, intentaba calmar el llanto pero no
podía, necesitaba más dolor físico, continuó, sus muslos y piso quedaron
bañados de sangre, en sus antebrazos se dibujaban largos y rojos rasguños con
finas gotas de sangre, cortó y cortó por todos lados hasta que la puerta del
cubículo se abrió de golpe, sus lágrimas no lo dejaban ver, pero una sobra
blanca apartó la navaja de sus manos, lo separó de la pared y lo abrazó con
toda la fuerza del mundo; se sentía tan suave y cálido, algo que había olvidado
por completo. Rompió en llanto, ya ni tenía qué preguntarse quién era quien lo
abrazaba, con su aroma y delgados brazos pudo reconocer a Inoo Kei, y lo
abrazaba con tanta fuerza que le daba la confianza de seguir llorando hasta que
no pudiera más. Así fue, sólo bastaron pocos minutos para callar y escucharlo
hablar:
-No te puedes hacer daño, no puedes desear morir, no
puedes dejarme solo.
Se apartó de él mirándolo con los ojos húmedos, Kei se
levantó y sacó una botella de agua y pañuelos desechables, limpiándolo con
delicadeza como si Daiki fuera de porcelana y se fuera a romper si ejercía más
presión. Cuando la sangre dejó de brotar, Kei lo vistió, se arremangó las magas
y le mostró los antebrazos y muñecas a Daiki, lucía cicatrices iguales a las
suyas pero seguramente con más años.
-¿Por qué? – Preguntó acariciándolas Daiki en un susurro.
-Porque también me sentía solo como tú, por esto, por lo
otro, después descubrí la música y todo se calmó.
Siguieron hablando, más tranquilos, abandonaron el baño y
después el edificio, encaminándose hasta la casa de Daiki. Kei, desde un
principio, había notado la soledad y depresión en Daiki, se había dado cuenta
también de que lo escuchaba tocar, por eso lo hacía más a menudo y lo más alegre que podía, pero sabía que ese
día algo andaba mal y lamentaba haber llegado un poco tarde para impedirlo
hacer aquello, sin embargo llegó a tiempo para impedir algo más grave.
En la puerta volvieron a abrazarse, a ambos les quedó en
claro que no estaban solos por más difíciles que se vuelvan las cosas, ya se
tenían el uno al otro, no había hipocresía entre ellos y se comprendían, sabían
que un abrazo y una sonrisa sincera era lo más valioso en el mundo.
1 comentario:
En un hecho real? D: Es triste!! >_<
El final fue muy bonito y como siempre, amo tu forma de escribir y lo sabes que eres de mis favoritas, la reina del Inoodai *//////*
Espero que no estés tan triste, cortarse es malo y encima se queda la marca >_> Hay que conseguir un final bonito como este, que Daiki deje de torturarse asi porque aunque él piense que no hay nadie, siempre hay alguien a quien le importa
Publicar un comentario